Víctor García, el último latonero de la Isla

Víctor García Pérez (1940) es un ejemplo de persona autodidacta. Lleva toda la vida ligado a la artesanía. Su singular habilidad manual para trabajar materiales como el latón, la hojalata, el cobre, el galvanizado y el aluminio, unido al ingenio para hacerlo por separado o combinando varios de ellos, hacen que fabrique piezas únicas y fieles a las empleadas antaño, esas que un día resultaron útiles para la vida cotidiana y ahora han pasado a formar parte de la decoración, el coleccionismo, o en el mejor de los casos, encargos concretos.
La artesanía nació con él. Empezó fabricando alguna ratonera y arreglando alguna llave. Luego practicó el torno realizando barriles o morteros de madera en el pequeño taller de su abuelo hasta que se pasó a la hojalata, un material que le ofreció nuevas posibilidades.
Su oficio de artesano latonero, el cual fue aprendiendo de manera autodidacta, siempre estuvo ligado al de molinero y al de electricista. Empezó a hacer gofio a los 12 años y estuvo hasta pasados los 60 años al frente de la molina que ahora lleva uno de sus hijos bajo el nombre de Molinos Las Breñas S. L. Así, la artesanía fue siempre más que un trabajo, su mayor pasión.
Sus abuelos tenían buena mano. Uno de ellos fue zapatero y el otro pescador. Cuenta que su barco de pesca lo hizo él mismo con sus propios medios. De su madre, una mujer con mucha paciencia y cariño para las cosas bien hechas, aprendió a cuidar cada detalle. Más cerca de su oficio estuvo uno de sus tíos, quien también fue latonero. A él recuerda verlo soldar utilizando un brasero con carbón para el soldador en un cuartito pequeño lleno de cacharros hasta el tope. Según Víctor ¡aquello parecía un museo!
Lo cierto es que muchos de sus trabajos son obras de arte. No en vano, además de los faroles que aún fabrica para cofradías, todos ellos con unos acabados muy trabajados, para la festividad del Corpus Christi de Villa de Mazo ha realizado diferentes figuras destinadas al adorno de arcos, y en la Casa Roja durante mucho tiempo se pudieron contemplar 14 custodias fabricadas por él, cada una de ellas en representación de los 14 barrios de Villa de Mazo, en la que supo combinar lo artístico y lo religioso para representar al pueblo.
Dice no ponerle precio al trabajo, ni mirar tanto lo que va a ganar, sino el resultado obtenido, ese que deja un especial regocijo. La pena que le queda es que actualmente existe una gran dificultad para encontrar en La Palma, y en Canarias en general, los materiales que utiliza, debiendo pedirlos fuera para realizar algunos de los trabajos. Esto contrasta con la época en que se reciclaba todo, desde botes de leche condensada hasta latas de aceite. De allí salían jarras para beber agua, sartenes, calderos, regadores, azufradores, palanganas u orinales… un sinfín de utensilios que hoy se encuentran fabricados en plástico, el material que mató a la lata.
Antes eran otros tiempos. En todos los municipios de la Isla llegó a haber latoneros. Ahora siente que se asfixia a los artesanos con demasiadas trabas. A pesar de todo, y aunque lleva trece años jubilado, sigue trabajando por entretenimiento personal en su taller, por la simple satisfacción de mantenerse activo y dedicar tiempo a su mayor pasión. Enciende la radio, comienza a martillar cacharros y así pasa el día en un taller del que se siente especialmente orgulloso, pues fue el mismo quien lo puso en pie, desde el proyecto hasta la carpintería, hace 35 años. Destacado de Villa de Mazo en 2002, este trabajador incansable, hoy el último latonero de la Isla, nos acerca una gran enseñanza que ha guiado su quehacer durante años: “Inténtalo siempre. Una vez, dos veces, tres veces… pero sin intentarlo no digas que no sabes”